CARACTERÍSTICAS
DEL MENSAJE MORAL PREDICADO POR JESÚS
Se suponen en este tema
dos principios:
1. Que no podemos
reducir la fe cristiana a un programa ético, puesto que el cristianismo
contiene también un programa moral, el cual, a su vez, no es posible separarlo
de las verdades que se han de creer.
2. Se ha de tener a la
vista que el programa moral cristiano no es reducible a un sistema filosófico,
sino que es un mensaje moral revelado por Dios, cuyo cumplimiento esta
condicionado a que el hombre recurra a su auxilio, pues algunas de sus
exigencias superan las fuerzas naturales.
La ética cristiana no es
un simple código de conducta, sino que la primera referencia es la persona
misma de Jesús: su vida es el paradigma de la conducta moral de todo hombre,
especialmente para los bautizados.
Del mensaje moral
cristiano cabe señalar, entre otras cosas, las diez siguientes características:
1. Lo decisivo no es el actuar sino el ser
Este enunciado es
aparentemente paradójico, dado que la ética es una “ciencia práctica”. Pero en él se quiere subrayar que en el
cristianismo – como en ningún otro sistema moral- la concepción del hombre es
el elemento primero; o sea, que la antropología sobrenatural es el presupuesto
que fundamenta el mensaje moral del Nuevo Testamento. En esto se da un riguroso ajuste, es decir,
la íntima relación que existe entre antropología y moral. El cristiano encuentra las exigencias del
comportamiento moral en su mismo ser: se trata de “actuar” conforme a lo que
realmente “es”. En este sentido, la vida
moral consiste en traducir las exigencias de la nueva vida comunicada por el bautismo
al campo de la existencia diaria.
Esta primera afirmación
anula la objeción de que la moral cristiana es una “moral heterónoma”, pues,
precisamente porque “es cristiano debe actuar como cristiano”. Esto no es heteronimia, sino autenticidad y
fidelidad al propio ser.
En esta característica
se fundamenta el principio de la “unidad de vida”, que demanda no separar
ningún aspecto de la existencia: la totalidad de las actividades cotidianas
deben llevarse a cabo como cumplimiento del querer de Dios y como un servicio a
los demás hombres. De este modo, la vida
entera del cristiano se integra en las exigencias ascéticas y morales.
2.
Lo más
importante no es el exterior, sino lo interior
Esta “característica” está íntimamente
relacionada con la anterior y deriva de ella.
En efecto, si el bautizado ha experimentado una profunda transformación
interior, hasta el punto de ser una “nueva criatura” (Gal 6, 26; Rom 7, 6; 2
Cor 5,17) y “un hombre nuevo” (Ef. 4, 23-24), en lógica consecuencia los
imperativos morales proceden del interior mismo hombre.
En este sentido expresa
Jesús al afirmar que “no es lo que entra del exterior lo que mancha al hombre”,
sino lo que “sale del interior”. El
Señor añade que “del corazón provienen los malos pensamientos, los homicidios,
los adulterios, las fornicaciones, los robos, los falsos testimonios, las
blasfemias” (Mt 15, 10-20; Mc 7, 1-23), es decir, el mal, pero también en el
interior de la persona se puede fomentar el bien.
Esa característica está
confirmada por la psicología, que, mantiene el principio de la “motricidad de
las imágenes”, explica como el conjunto del mundo interior, reflejado en imágenes,
tiende a realizarse. Asimismo, justifica
el hecho de que la moral católica demande como falta grave los pecados
internos, o sea los pensamientos y deseos consentidos que quebrantan los
mandamientos de Dios e inclinan a la persona al mal. Finalmente, este principio indica que no es
posible llevar una vida moral, si el hombre no cuida su propio interior. Y, al contrario, la grandeza ética de la
persona se fragua en la pureza moral de sus pensamientos, tendencias y deseos.
3.
La moral cristiana es una moral de actitudes
Esta característica no
indica que los actos singulares se contrapongan a las actitudes, como es estas
constituyen la moralidad y no las acciones puntuales. Esto seria un error, dado que la moral
contempla siempre la eticidad de las acciones singulares pues, como escribe Tomas
de Aquino, “la moral es de lo singular”
(Sum. Teol: Introd. a la III ).
Por el contrario, esta
característica es una lógica deducción de las dos anteriores. Con ella se expresa que, la educación no
cuida solo cada uno de los actos del individuo, sino que ha de crear hábitos de
conducta, y esto, a su vez, se facilita en la medida en que se atiende a las
actitudes radicales de la persona. Pues,
de modo semejante, cuidar las actitudes básicas es situarse a un alto nivel de
la moralidad. “Las bienaventuranzas se
refieren a actitudes y disposiciones básicas de la existencia” (VS, 16).
De aquí que las grandes
exigencias de la moral cristiana que asume las actitudes mas profundas de su
ser. Asimismo explica la profundidad que
entraña la verdadera “conversión”, así como la radicalidad de la “respuesta”
con la que el cristiano ha de responder a la “llamada de Dios”.
4.
La moral neotestamentaria no es prioritariamente una “moral negativa” sino “positiva”
Esta cuarta característica
incluye las tres anteriores y deriva directamente de la primera. En efecto, si el actuar del cristiano depende
de la riqueza que entraña su ser sobrenatural, es decir el “hombre nuevo” por
consecuencia, actuar en cristiano será llevar a cabo las virtualidades (Fe,
Esperanza y Caridad) que entraña su “nueva vida en Cristo” (Rom 6, 4-15).
Pero tenemos una
limitante, no es que el cristiano no este obligado a evitar el pecado, pues
también el creyente está sometido a la tentación del mal (concupiscencia). Pero, junto con “evitar el mal”, ha de estar
preocupado por “llevar a cabo el bien”.
En este sentido, la moral cristiana no es tanto una moral “negativa del
evitar”, sino más bien una moral “activa del actuar” no es importante caer,
sino levantarte.
Esa característica
justifica también el hecho -no fácil de entender por todos- de que en la lista
de las culpas morales caben también los llamados “pecados de omisión” a este respecto,
es ilustrativo el capítulo 25 del Evangelio de San Mateo, todo el dedicado a la
conducta de los pecados de omisión.
5.
La moral cristiana no se mide por la ley “de lo justo”, sino de “la perfeccion”
Esta quinta característica incluye el
contenido de las cuatro anteriores y, al mismo tiempo las resume. En efecto, si la conducta cristiana del ser
humano deriva de la vida sobrenatural comunicada en el bautismo, que incluye la
interioridad y las actitudes más profundas del ser humano y por ello está
obligado a hacer el bien, la altura moral a la que debe tender la existencia
cristiana no se mida por la exigencia de una “moral de mínimos”, sino que
demanda la perfección. Todos los
cristianos están llamados a la santidad.
Desde el primer escrito
del Nuevo Testamento se recuerda a los creyentes la santidad a la que están
llamados: “Esta es la voluntad de Dios,
vuestra santificación” (1 Tes. 4, 3), y Jesús se remonta hasta la santidad de
Dios: “Sed perfectos como mi Padre
celestial es perfecto” (Mt 5,48). Los
textos bíblicos pueden multiplicarse. La
moral cristiana no es, en consecuencia, tanto la “moral del pecado”; cuanto la “moral
de la virtud”.
6.
Jesús no absolutiza los preceptos, pero la ética cristiana contiene preceptos
absolutos
Esta característica
subraya que el cristianismo no es una moral de normas”, al modo como era la
moral de los fariseos, tan fustigada por Jesús (Mt 12, 1-8; 15, 1-9), etcétera. Pero al mismo tiempo, los Evangelios relatan
que Jesús cumplió no pocas leyes, y el mismo Nuevo Testamento menciona normas
que el cristiano está obligado a cumplir.
Sin embargo, las normas
no ocupan el primer lugar, ni su fin es ahogar la autonomía de la conciencia.
Al contrario, la ley indica a la conciencia donde están los verdaderos
valores. Por ello, debe estar abierta a
las leyes que le indican lo que ha de hacer y que debe evitar. Asimismo debe estar atenta a los preceptos
que le advierten que existen actos que son malos por si mismos, ante los cuales
no puede claudicar.
7.
La moral predicada por Jesús es una moral de premio y castigo
Es evidente que las
categorías premio-salvación, castigo-condenación están en baja en amplios
campos de la cultura actual, desde la escuela a la familia. Ello repercute en la moral cristiana. Incluso algunos de los que apuestan por los
valores éticos del cristianismo dudan e incluso niegan que las malas conductas
sean castigadas por Dios, máxime si se trata del castigo eterno, es decir, el
infierno. Sin embargo, la pregunta del
joven rico: “¿Qué he de hacer para conseguir la vida eterna?” (Mt 19,16),
plantea con rigor que la “salvación” encierra el sentido último del actuar ético=moral.
Y sin embargo, por
exigencias de rigor intelectual, no cabe entender las enseñanzas éticas de
Jesucristo y prescindir del premio o castigo con que Jesús retribuye la buena o
la mala conducta de los hombres. Cabe
señalar la verdad mas a veces enunciada en el mensaje moral del Nuevo
Testamento es la existencia de un “castigo eterno” para quienes no obran
correctamente. Salvación y condenación,
si bien no tienen el mismo acento en la predicación de Jesucristo. Él es el Salvador
y viene a salvar a los pecadores, sin embargo, aunque se sitúan en distinto
plano, los presenta como alternativa.
Finalmente, negar que la conducta humana merece “premio” o “castigo”, no
solo se opone a la fe, sino que es carecer de un mínimo de rigor intelectual en
la lectura e interpretación del Nuevo Testamento.
8.
La moral cristiana es una moral para la libertad
La conquista y la
afirmación de la libertad es fruto del cristianismo. El pensamiento pagano se movía entre la
fatalidad, el hado y el destino. Pero el
“fatum” greco-romano cedió ante el hecho de la Revelación acerca de la voluntad
de Dios que respeta el ser propio del hombre, que es, por definición, un ser
libre. Más aún, en la medida en que el
cristiano vive la nueva vida del espíritu, alcanza cotas más altas de libertad,
dado que “El Señor es espíritu y allí donde está el Espíritu del Señor, allí
está la libertad” (2 Cor 3,17).
La moral cristiana está
asentada sobre la afirmación de la libertad humana: porque el hombre es libre,
es responsable de sus actos: “Para que gocemos de la libertad, Cristo nos ha
hecho libre; manteneos, pues, firmes y no os dejéis sujetar el yugo de la
servidumbre” (Gal 5,1). Mas aun el Nuevo
Testamento invita al hombre a que viva su libertad: <<Vosotros, hermanos,
habéis sido llamados a la libertad” (Gal 5,15). Pero San Pablo reprocha a los
gálatas el mal uso que hacen de su condición de hombres libres: “Tenéis la
libertad por pretexto para servir a la carne” (Gal 5,13).
La filosofía enseña que
la libertad no consiste en el “poder físico”, sino en el “deber moral”. De aquí que la libertad se ventila, de hecho,
en la conducta ética, pero la verdadera libertad se cumple solo en la medida en
que el hombre realiza en bien. Ya los
clásicos afirman que “hacer el mal no era la libertad, ni siquiera una parte de
la libertad, sino tan solo signo de que el hombre era libre”. En efecto, la verdadera libertad consiste en
esa capacidad que tiene el hombre de “poder hacer el mal” y, sin embargo,
“decide optar por el bien”. Por eso el
pecado no libera, sino que esclaviza, pues quien lo comete “es un esclavo” (Jn 8,34). Por el contrario, la práctica del bien
conduce a la verdadera libertad.
9.
Dimensión escatológica de la moral cristiana
Prescindimos de las cuestiones que suscito
la teología protestante acerca de la “provisionalidad” de la moral cristiana en
relación con el sentido escatológico de la historia humana.
Lo que se deduce de la
moral del Nuevo Testamento es que la conducta de cada hombre, durante el estado
terrestre, esta sometida al cumplimiento de los “preceptos del Señor” (2 Ped
3,2). Asimismo, consta que Jesús, en la
segunda venida, levantara acta de la existencia individual de cada uno y le
retribuirá según el bien y el mal que haya hecho (Mt 25).
Al mismo tiempo se planteó la cuestión de que,
en espera del estado final de la historia, el creyente no debe desentenderse
del empeño por hacer una sociedad más justa.
Más aún, el compromiso cristiano por la justicia es una consecuencia de
la condición escatológica de la historia humana. Pablo reprueba a los tesalonicenses el que
hayan dejado de trabajar ante la falsa creencia de la proximidad del final de
la historia y les anima a que lleven “una vida laboriosa en vuestros negocios y
trabajando” (1 Tes 4,11; 2 Tes 3,12).
Los exegetas convienen
en que la vida moral se debe realizar en este mundo, aunque sin olvidar el
carácter escatológico de la historia. Y
el Concilio Vaticano II recuerda a los cristianos esta misma actitud:
“Se nos
advierte que de nada sirve ganar todo el mundo si se pierde a si mismo. No obstante, la esperanza de una nueva tierra
no debe amortiguar, sino mas ben avivar la preocupación de perfeccionar esta
tierra, donde crece el cuerpo de la nueva familia humana, el cual puede de alguna
manera anticipar un vislumbre del siglo futuro… el reino esta ya
misteriosamente presente en nuestra tierra: cuando venga el Señor, se consumara
su perfección”.
De ese modo, la moral cristiana une el
presente y el futuro, uno y otro se condicionan mutuamente.
10. La moral cristiana es una moral de la
gracia y del amor
Esta última
característica reasume las anteriores. Con ello se destaca su profunda
unidad. En ella se quiere expresar que
la moral cristiana tiene por objeto a Dios, que es donde, en último término,
confluye la vida y la predicación de Jesucristo. Al mismo tiempo, la consideración de Dios
como Padre constituye el centro de la revelación de Jesús. Por ello, en la moral cristiana ocupa un
lugar central la virtud de la caridad, y en el “amor a Dios y al prójimo” se
resume el quehacer moral (Mt 22,40).
Finalmente,
la moral cristiana es la moral de la gracia no solo porque, sin la ayuda de
Dios es imposible llevarla a cabo, sino también porque, como se ha dicho, es el
desarrollo de la vida de la gracia comunicada al creyente en el bautismo. La moral cristiana consiste en el desarrollo
de la nueva vida en Cristo.
“A partir
del día en que Cristo trajo a los hombres “el don de Dios” (Jn 4, 10; Ef. 2,
8-9; Heb 10, 29), la moral ya no será obediencia a los preceptos, sino el
correcto e integro despliegue de una vida.
Esta se articula, en efecto, sobre una ontología: una “nueva criatura”
(2 Cor 5, 17; Hech 2, 10), un “hombre
nuevo”, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad (Ef 4,24), un
hombre interior cuya ley de crecimiento consistirá en renovarse de día en día
(2 Cor 4,16; Col 3, 10; Rom 12, 2): ¡Llegar a ser plenamente lo que
es!”.
A esta
altura de eticidad se remonta la vocación del cristiano; por ello, la altura de
la moral cristiana se cumple en esta expresión de San Pablo: “No soy yo, sino
que es Cristo quien vive en mi” (Gal 2,20).
TALLER:
1.
Responde de acuerdo a la lectura:
a.
¿Cuál es la concepción de hombre en el sistema
moral del nuevo testamento?
b.
¿Por qué se puede afirmar que la moral del
cristiano es una moral heterónoma?
c.
¿Por qué no es posible llevar una vida moral,
si el hombre no cuida su propio interior?
d.
¿Por qué se define la moral cristiana como una
moral “activa del actuar”?
e.
¿Qué es la concupiscencia?
f.
¿Cuál es la diferencia entre la moral de normas
y la moral cristiana?
g.
¿Por qué se puede definir la moral cristiana
como una moral de la virtud?
h.
Argumenta ¿Por qué la moral cristiana está
asentada sobre la afirmación de la libertad humana: “el hombre es libre, el
hombre es responsable”
i.
¿Cómo se explica la unión entre moral y
escatología?
j.
¿Cuáles es la idea principal para afirmar que
la moral cristiana es una moral de la gracia?
2.
Realiza un esquema o mapa conceptual
sintetizando la lectura.