miércoles, 3 de junio de 2015

SAN FRANCISCO DE ASÍS G.K CHESTERTON

Gilbert Keith Chesterton (1874-1936), poeta, novelista, dramaturgo, periodista y crítico, es considerado uno de los escritores ingleses más populares, multifacéticos y prolíficos de su época. El acontecimiento más importante de su vida fue sin duda su ingreso a la Iglesia Católica, ocurrido en 1922, madurando a través de largos años de reflexiones y vacilaciones. En las primeras páginas de su San Francisco de Asís, Chesterton resume sus esperanzas al escribir este libro.

La biografía de San Francisco de Asís es, sin duda, uno de los mejores relatos breves escritos por G. K. Chesterton, hasta el punto de ser considerada como una obra de referencia sobre este tema. El ritmo trepidante y las singulares anécdotas que salpican el relato, ponen de manifiesto la extraordinaria compenetración del autor con su biografiado. Surgen así, aspectos novedosos, en muchos casos desconocidos incluso para los especialistas, que magnifican la asombrosa y atractiva personalidad del santo.
La obra de Gilbert Keith Chesterton abarcó varios géneros literarios, entre ellos la biografía. A mitad de su vida decidió convertirse al catolicismo, hecho que causó gran conmoción pues no hay que olvidar que estamos hablando de un ciudadano inglés. Al abrazar esta nueva doctrina (que defendió como pocos) sus escritos empezaron a reflejar su ideología religiosa, y fruto de ello son por ejemplo los relatos del Padre Brown y las biografías de San Francisco y Santo Tomás de Aquino.
En San Francisco de Asís la impresionante vida del santo aparece observada desde la mirada siempre aguda de Chesterton y matizada por relatos anecdóticos, consiguiendo así un libro ameno a la vez que una biografía fiel y hasta reveladora, al punto que se convirtió en obra de referencia para muchos especialistas en la vida de San Francisco.
San Francisco de Asís se publicó en 1923, y la crítica le hizo justicia cuando señaló que, en la pluma de Chesterton, la vida de un santo podía ser tan atractiva como cualquier novela romántica.

Los santos son ante todo hombres; la santidad, que es del orden sobrenatural, se apoya en el orden natural. El hombre es el único ser de la creación que puede ser santo, pero no hay dos santos iguales porque cada uno singulariza su santidad según los dones recibidos. A pesar de estar tan cercanos entre sí en el tiempo, santos como Domingo de Guzmán, Tomás de Aquino, Luis rey de Francia y Francisco de Asís, son muy distintos en su santidad.
Los santos viven en la eternidad y en el tiempo, participan de Dios y de la historia, pero la intemporalidad de San Francisco es más evidente porque su lenguaje, que es el del amor y del corazón, llega a lo más profundo del ser humano. La santidad es la plenitud en el amor, pero en la unión con el Amor hay moradas y creemos que el hombre Francisco llegó a la más cercana.
Su figura en el siglo XX adquiere contornos y dimensiones similares a las que tuvo hace 800 años por­que el siglo que termina está sediento de amor. Ha be­bido el agua en fuentes envenenada y necesita fuentes puras. Se nos ocurre que el Amor lo ha elegido nuevamente para acercarnos el mensaje de su Hijo, el Verbo Encarnado, nos intrigó hace 20 siglos. Las palabras del mensaje son sencillas: "Amaos los unos a los otros como yo os he amado", "Si amáis sólo a los que os aman, ¿qué tiene de particular, no lo hacen también los gentiles?. Amad a los que no os aman". "Dad di beber al sediento", "Lo que hiciereis con el más pe­queño de vosotros conmigo lo estáis haciendo" y "El que quiere ir en pos de mí que tome su cruz y mi siga". Palabras extrañas al hombre moderno pero palabras de unión y di gozo que debemos empezar a balbucear y practicar como si fuéramos niños recién nacidos.


Populorum Progressio



Carta Encíclica Sollicitudo Rei Socialis

DEL PAPA JUAN PABLO II AL CUMPLIRSE EL VIGESIMO ANNIVERSARIO DE LA POPULOROM PROGRESSIO (30 de diciembre de 1987)

Sollicitudo rei socialis nos muestra un panorama más sombrío de la situación y de las expectativas socioeconómicas mundiales. Se agravan las diferencias entre el norte desarrollado y el sur hundido en la pobreza. La política de bloques, Este-Oeste, se muestra contraproducente para la solidaridad internacional. Prospera el armamentismo, la producción del negocio de armas, figurando a menudo como clientes de excepción, países hundidos económicamente en la miseria.

Incrementa su ciudadanía el cuarto mundo, el de los pobres. Se niega “el derecho de iniciativa económica sobrentendemos en los países del Este. Aparecen nuevas formas de pobreza, se niega el derecho a la libertad religiosa, el derecho a participar en la construcción de una sociedad, la libertad de asociación, o de formar sindicatos, o de tomar iniciativas en materia económica” (n· 15).

El fenómeno de la urbanización hace más agudo el problema de la vivienda. Aumenta globalmente el desempleo y el termino nuevo “subdesempleo”(N·18). Se agrava el problema de la deuda internacional. Siguen necesitando de profundas reformas y evoluciones tanto el capitalismo liberal como el colectivismo marxistas asistimos el empeoramiento, en magnitud y calidad, del problema de los refugiados, el crecimiento demográfico acelerado del tercer mundo y cuarto mundo hace más difíciles las soluciones. Se degrada la naturaleza. Asistimos al escándalo del contraste entre la pobreza y miseria de las grandes mayorías, por un lado, y el “superdesarrollo”(N·28) y la adoración a la sociedad de consumo, por otro. Crecen los porcentajes de analfabetos y el hambre en el mundo.

Los pueblos y los individuos aspiran a su liberación, la búsqueda del pleno desarrollo es el signo de su deseo de superar los múltiples obstáculos que les impiden gozar de una vida más humana siendo pues la mayor importancia en la encíclica ayudar a los diferentes pueblos del mundo que no han sido capacitados para salir adelante y con estas encíclicas se le piden a los países más fuertes para ayudar a los más débiles.

Por tanto, no se justifican ni la desesperación, ni el pesimismo, ni la pasividad. Aunque con tristeza, conviene decir que, así como se puede pecar por egoísmo, por afán de ganancia exagerada y de poder, se puede faltar también ante las urgentes necesidades de unas muchedumbres hundidas en el subdesarrollo por temor, indecisión y, en el fondo, por cobardía.

Todos estamos llamados, más aún obligados, a afrontar este tremendo desafío de la última década del segundo milenio. Y ello, porque unos peligros ineludibles nos amenazan a todos: una crisis económica mundial, una guerra sin fronteras, sin vencedores ni vencidos. Ante semejante amenaza, la distinción entre personas y Países ricos, entre personas y Países pobres, contará poco, salvo por la mayor responsabilidad de los que tienen más y pueden más.

El papa también detecta algunos signos positivos del momento presente: la plena conciencia de la propia dignidad y la de cada ser humano en muchísimos hombres y mujeres; la preocupación por el respeto de los derechos humanos y el más decidido rechazo de sus violaciones; la convicción de una radical interdependencia y por consiguiente, de una solidaridad que la asuma y traduzca en el plano moral; el respeto por la vida.

Respecto del humanismo del desarrollo, tras criticar peyorativamente denominada sociedad del consumo de consumo, distingue entre el “tener” y el “ser” para subrayar que lo primero debe estar subordinado a lo segundo. Tener objetos y bienes no perfecciona de por si al sujeto si no contribuye al enriquecimiento de su ser”, es decir a la realización de la vocación humana como tal”(N·28).

Cree el papa que hay una comunicación intrínseca entre el desarrollo autentico y el respeto de los derechos del hombre. Es por eso que la última parte de la encíclica está dedicada a algunas orientaciones más concretas haciendo hincapié en la naturaleza propia de la doctrina social de la Iglesia que no se presenta como una ideología más sino como un conjunto de principios que aplican la teología moral al contexto sociopolítico-económico y así dar orientaciones a quienes puedan actuar a partir de esos principios. Tales principios son el destino universal de los bienes, el ya recordado de solidaridad y el principio de subsidiariedad .El Papa hace una invitación a las naciones a revisar, reformar y establecer formas de cooperación.


En la conclusión, Juan Pablo II hace un llamado a todos los cristianos y hombres de buena voluntad a trabajar con estos objetivos.

Caritas in Veritate

La primera encíclica social de Benedicto XVI lleva por título Caritas in veritate (CIV). Fue publicada el 29 de junio de 2009. Su temática general es la siguiente: “El desarrollo humano integral en la caridad y en la verdad”. Consta de una introducción, seis capítulos y una conclusión. Recuerda, sintetiza y amplía la temática del desarrollo de la persona y de los pueblos expuesta por Pablo VI en la Populorum progressio (1967) y por Juan Pablo II en la Sollicitudo rei socialis (1987). Dedica amplios espacios al tema de la globalización y de la técnica. Posee una gran carga antropológica y teológica. Y su contenido profundamente humanista parece haber sorprendido en todo el mundo por su carácter radical y exigente. Destacan en dicha encíclica su equilibrio, realismo y optimismo exento de ingenuidad. Benedicto XVI pone el dedo en varias llagas, desde la falta de ética como causa de la crisis financiera a la ineficacia de las instituciones burocráticas para solucionar el problema del subdesarrollo, o desde la corrupción de muchos gobiernos de países pobres hasta las numerosas neurosis que caracterizan las sociedades opulentas.
Una vez más, la autoridad moral y el rigor intelectual de Benedicto XVI se ponen de manifiesto en la encíclica Caritas in veritate, cuya repercusión universal es fiel reflejo del liderazgo espiritual que ejerce el Papa Ratzinger. El documento aborda con valentía las causas y las consecuencias de la crisis global desde la óptica de la ética cristiana. La persona humana es centro y eje de este mensaje social en el marco de una conjunción entre la fe y la razón que forma parte de las señas de identidad del pontificado actual.
"En la Introducción -explica la síntesis- el Papa recuerda que la caridad es "la vía maestra de la doctrina social de la Iglesia". Por otra parte, dado el "riesgo de ser mal entendida o excluida de la ética vivida" advierte de que "un cristianismo de caridad sin verdad se puede confundir fácilmente con una reserva de buenos sentimientos, provechosos para la convivencia social, pero marginales".
"El desarrollo (...) necesita esta verdad", escribe Benedicto XVI y analiza "dos criterios orientadores de la acción moral: la justicia y el bien común. (...) Todo cristiano está llamado a esta caridad, según su vocación y sus posibilidades de incidir en la polis. Èsta es la vía institucional del vivir social".
El primer capítulo está dedicado al "Mensaje de la "Populorum progressio" de Pablo VI que "reafirmó la importancia imprescindible del Evangelio para la construcción de la sociedad según libertad y justicia". "La fe cristiana -escribe Benedicto XVI- se ocupa del desarrollo no apoyándose en privilegios o posiciones de poder (...) sino solo en Cristo". El pontífice evidencia que "las causas del subdesarrollo no son principalmente de orden material". Están ante todo en la voluntad, el pensamiento y todavía más "en la falta de fraternidad entre los hombres y los pueblos".
"El desarrollo humano en nuestro tiempo" es el tema del segundo capítulo. "El objetivo exclusivo del beneficio, cuando es obtenido mal y sin el bien común como fin último -reitera el Papa- corre el riesgo de destruir riqueza y crear pobreza" Y enumera algunas distorsiones del desarrollo: una actividad financiera "en buena parte especulativa", los flujos migratorios "frecuentemente provocados y después no gestionados adecuadamente o la explotación sin reglas de los recursos de la tierra". Frente a esos problemas ligados entre sí, el Papa invoca "una nueva síntesis humanista", constatando después que "el cuadro del desarrollo se despliega en múltiples ámbitos: (...) crece la riqueza mundial en términos absolutos, pero aumentan también las desigualdades (...) y nacen nuevas pobrezas".
"En el plano cultural -prosigue- (...) las posibilidades de interacción" han dado lugar a "nuevas perspectivas de diálogo", (...) pero hay un doble riesgo". En primer lugar "un eclecticismo cultural" donde las culturas se consideran "sustancialmente equivalentes". El peligro opuesto es el de "rebajar la cultura y homologar los (...) estilos de vida". Benedicto XVI recuerda "el escándalo del hambre" y auspicia "una ecuánime reforma agraria en los países en desarrollo".
Asimismo, el pontífice evidencia que el respeto por la vida "en modo alguno puede separarse de las cuestiones relacionadas con el desarrollo de los pueblos" y afirma que "cuando una sociedad se encamina hacia la negación y la supresión de la vida acaba por no encontrar la motivación y la energía necesarias para esforzarse en el servicio del verdadero bien del hombre".
Otro aspecto ligado al desarrollo es el "derecho a la libertad religiosa. La violencia - escribe el Papa-, frena el desarrollo auténtico" y esto "ocurre especialmente con el terrorismo de inspiración fundamentalista".
"Fraternidad, desarrollo económico y sociedad civil" es el tema del tercer capítulo, que se abre con un elogio de la experiencia del don, no reconocida a menudo, "debido a una visión de la existencia que antepone a todo la productividad y la utilidad. (...) El desarrollo, (...) si quiere ser auténticamente humano, necesita en cambio dar espacio al principio de gratuidad", y por cuanto se refiere al mercado la lógica mercantil, ésta debe estar "ordenada a la consecución del bien común, que es responsabilidad sobre todo de la comunidad política".
Retomando la encíclica "Centesimus annus" indica "la necesidad de un sistema basado en tres instancias: el mercado, el Estado y la sociedad civil" y espera en "una civilización de la economía". Hacen falta "formas de economía solidaria" y "tanto el mercado como la política tienen necesidad de personas abiertas al don recíproco".
El capítulo se cierra con una nueva valoración del fenómeno de la globalización, que no se debe entender solo como "un proceso socio-económico". (...) La globalización necesita "una orientación cultural personalista y comunitaria abierta a la trascendencia (...) y capaz de corregir sus disfunciones".
En el cuarto capítulo, la Encíclica trata el tema del "Desarrollo de los pueblos, derechos y deberes, ambiente". "Gobierno y organismos internacionales -se lee- no pueden olvidar "la objetividad y la indisponibilidad" de los derechos. A este respecto, se detiene en las "problemáticas relacionadas con el crecimiento demográfico".
Reafirma que la sexualidad no se puede "reducir a un mero hecho hedonístico y lúdico". Los Estados, escribe, "están llamados a realizar políticas que promuevan la centralidad de la familia".
"La economía -afirma una vez más- tiene necesidad de la ética para su correcto funcionamiento; no de cualquier ética sino de una ética amiga de la persona". La misma centralidad de la persona, escribe, debe ser el principio guía "en las intervenciones para el desarrollo" de la cooperación internacional. (...) Los organismos internacionales -exhorta el Papa- deberían interrogarse sobre la real eficacia de sus aparatos burocráticos", "con frecuencia muy costosos".
El Santo Padre se refiere más adelante a las problemáticas energéticas. "El acaparamiento de los recursos" por parte de Estados y grupos de poder, denuncia, constituyen "un grave impedimento para el desarrollo de los países pobres". (...) "Las sociedades tecnológicamente avanzadas -añade- pueden y deben disminuir la propia necesidad energética", mientras debe "avanzar la investigación sobre energías alternativas".
"La colaboración de la familia humana" es el corazón del quinto capítulo, en el que Benedicto XVI pone de relieve que "el desarrollo de los pueblos depende sobre todo del reconocimiento de ser una sola familia". De ahí que, se lee, la religión cristiana puede contribuir al desarrollo "solo si Dios encuentra un puesto también en la esfera pública".
El Papa hace referencia al principio de subsidiaridad, que ofrece una ayuda a la persona "a través de la autonomía de los cuerpos intermedios". La subsidiariedad, explica, "es el antídoto más eficaz contra toda forma de asistencialismo paternalista" y es más adecuada para humanizar la globalización".
Asimismo, Benedicto XVI exhorta a los Estados ricos a "destinar mayores cuotas" del Producto Interno Bruto para el desarrollo, respetando los compromisos adquiridos. Y augura un mayor acceso a la educación y, aún más, a la "formación completa de la persona" afirmando que, cediendo al relativismo, se convierte en más pobre. Un ejemplo, escribe, es el del fenómeno perverso del turismo sexual. "Es doloroso constatar -observa- que se desarrolla con frecuencia con el aval de los gobiernos locales".
El Papa afronta a continuación al fenómeno "histórico" de las migraciones. "Todo emigrante, afirma, "es una persona humana" que "posee derechos que deben ser respetados por todos y en toda situación".
El último párrafo del capítulo lo dedica el Pontífice "a la urgencia de la reforma" de la ONU y "de la arquitectura económica y financiera internacional". Urge "la presencia de una verdadera Autoridad política mundial" (...) que goce de "poder efectivo".
El sexto y último capítulo está centrado en el tema del "Desarrollo de los pueblos y la técnica". El Papa pone en guardia ante la "pretensión prometeica" según la cual "la humanidad cree poderse recrear valiéndose de los ´prodigios´ de la tecnología". La técnica, subraya, no puede tener una "libertad absoluta".
El campo primario "de la lucha cultural entre el absolutismo de la tecnicidad y la responsabilidad moral del hombre es hoy el de la bioética", explica el Papa, y añade: "La razón sin la fe está destinada a perderse en la ilusión de la propia omnipotencia". La cuestión social se convierte en "cuestión antropológica". La investigación con embriones, la clonación, lamenta el Pontífice, "son promovidas por la cultura actual", que "cree haber desvelado todo misterio". El Papa teme "una sistemática planificación eugenésica de los nacimientos".

En la Conclusión de la Encíclica, el Papa subraya que el desarrollo "tiene necesidad de cristianos con los brazos elevados hacia Dios en gesto de oración", de "amor y de perdón, de renuncia a sí mismos, de acogida al prójimo, de justicia y de paz".