La primera encíclica social de
Benedicto XVI lleva por título Caritas in veritate (CIV). Fue publicada el 29
de junio de 2009. Su temática general es la siguiente: “El desarrollo humano
integral en la caridad y en la verdad”. Consta de una introducción, seis
capítulos y una conclusión. Recuerda, sintetiza y amplía la temática del
desarrollo de la persona y de los pueblos expuesta por Pablo VI en la Populorum
progressio (1967) y por Juan Pablo II en la Sollicitudo rei socialis (1987).
Dedica amplios espacios al tema de la globalización y de la técnica. Posee una
gran carga antropológica y teológica. Y su contenido profundamente humanista
parece haber sorprendido en todo el mundo por su carácter radical y exigente.
Destacan en dicha encíclica su equilibrio, realismo y optimismo exento de
ingenuidad. Benedicto XVI pone el dedo en varias llagas, desde la falta de
ética como causa de la crisis financiera a la ineficacia de las instituciones
burocráticas para solucionar el problema del subdesarrollo, o desde la
corrupción de muchos gobiernos de países pobres hasta las numerosas neurosis
que caracterizan las sociedades opulentas.
Una vez más, la autoridad moral y
el rigor intelectual de Benedicto XVI se ponen de manifiesto en la encíclica
Caritas in veritate, cuya repercusión universal es fiel reflejo del liderazgo
espiritual que ejerce el Papa Ratzinger. El documento aborda con valentía las
causas y las consecuencias de la crisis global desde la óptica de la ética
cristiana. La persona humana es centro y eje de este mensaje social en el marco
de una conjunción entre la fe y la razón que forma parte de las señas de
identidad del pontificado actual.
"En la Introducción -explica
la síntesis- el Papa recuerda que la caridad es "la vía maestra de la
doctrina social de la Iglesia". Por otra parte, dado el "riesgo de
ser mal entendida o excluida de la ética vivida" advierte de que "un
cristianismo de caridad sin verdad se puede confundir fácilmente con una
reserva de buenos sentimientos, provechosos para la convivencia social, pero
marginales".
"El desarrollo (...)
necesita esta verdad", escribe Benedicto XVI y analiza "dos criterios
orientadores de la acción moral: la justicia y el bien común. (...) Todo
cristiano está llamado a esta caridad, según su vocación y sus posibilidades de
incidir en la polis. Èsta es la vía institucional del vivir social".
El primer capítulo está dedicado al "Mensaje de la
"Populorum progressio" de Pablo VI que "reafirmó la importancia
imprescindible del Evangelio para la construcción de la sociedad según libertad
y justicia". "La fe cristiana -escribe Benedicto XVI- se ocupa del
desarrollo no apoyándose en privilegios o posiciones de poder (...) sino solo
en Cristo". El pontífice evidencia que "las causas del subdesarrollo
no son principalmente de orden material". Están ante todo en la voluntad,
el pensamiento y todavía más "en la falta de fraternidad entre los hombres
y los pueblos".
"El desarrollo humano en
nuestro tiempo" es el tema del segundo
capítulo. "El objetivo exclusivo del beneficio, cuando es obtenido mal
y sin el bien común como fin último -reitera el Papa- corre el riesgo de destruir
riqueza y crear pobreza" Y enumera algunas distorsiones del desarrollo:
una actividad financiera "en buena parte especulativa", los flujos
migratorios "frecuentemente provocados y después no gestionados
adecuadamente o la explotación sin reglas de los recursos de la tierra".
Frente a esos problemas ligados entre sí, el Papa invoca "una nueva
síntesis humanista", constatando después que "el cuadro del
desarrollo se despliega en múltiples ámbitos: (...) crece la riqueza mundial en
términos absolutos, pero aumentan también las desigualdades (...) y nacen
nuevas pobrezas".
"En el plano cultural
-prosigue- (...) las posibilidades de interacción" han dado lugar a
"nuevas perspectivas de diálogo", (...) pero hay un doble
riesgo". En primer lugar "un eclecticismo cultural" donde las
culturas se consideran "sustancialmente equivalentes". El peligro
opuesto es el de "rebajar la cultura y homologar los (...) estilos de
vida". Benedicto XVI recuerda "el escándalo del hambre" y auspicia
"una ecuánime reforma agraria en los países en desarrollo".
Asimismo, el pontífice evidencia
que el respeto por la vida "en modo alguno puede separarse de las
cuestiones relacionadas con el desarrollo de los pueblos" y afirma que
"cuando una sociedad se encamina hacia la negación y la supresión de la
vida acaba por no encontrar la motivación y la energía necesarias para
esforzarse en el servicio del verdadero bien del hombre".
Otro aspecto ligado al desarrollo
es el "derecho a la libertad religiosa. La violencia - escribe el Papa-,
frena el desarrollo auténtico" y esto "ocurre especialmente con el
terrorismo de inspiración fundamentalista".
"Fraternidad, desarrollo
económico y sociedad civil" es el tema del tercer capítulo, que se abre
con un elogio de la experiencia del don, no reconocida a menudo, "debido a
una visión de la existencia que antepone a todo la productividad y la utilidad.
(...) El desarrollo, (...) si quiere ser auténticamente humano, necesita en
cambio dar espacio al principio de gratuidad", y por cuanto se refiere al mercado
la lógica mercantil, ésta debe estar "ordenada a la consecución del bien
común, que es responsabilidad sobre todo de la comunidad política".
Retomando la encíclica
"Centesimus annus" indica "la necesidad de un sistema basado en
tres instancias: el mercado, el Estado y la sociedad civil" y espera en
"una civilización de la economía". Hacen falta "formas de economía
solidaria" y "tanto el mercado como la política tienen necesidad de
personas abiertas al don recíproco".
El capítulo se cierra con una
nueva valoración del fenómeno de la globalización, que no se debe entender solo
como "un proceso socio-económico". (...) La globalización necesita
"una orientación cultural personalista y comunitaria abierta a la
trascendencia (...) y capaz de corregir sus disfunciones".
En el cuarto capítulo, la Encíclica trata el tema del "Desarrollo de
los pueblos, derechos y deberes, ambiente". "Gobierno y organismos
internacionales -se lee- no pueden olvidar "la objetividad y la
indisponibilidad" de los derechos. A este respecto, se detiene en las
"problemáticas relacionadas con el crecimiento demográfico".
Reafirma que la sexualidad no se
puede "reducir a un mero hecho hedonístico y lúdico". Los Estados,
escribe, "están llamados a realizar políticas que promuevan la centralidad
de la familia".
"La economía -afirma una vez
más- tiene necesidad de la ética para su correcto funcionamiento; no de
cualquier ética sino de una ética amiga de la persona". La misma
centralidad de la persona, escribe, debe ser el principio guía "en las
intervenciones para el desarrollo" de la cooperación internacional. (...)
Los organismos internacionales -exhorta el Papa- deberían interrogarse sobre la
real eficacia de sus aparatos burocráticos", "con frecuencia muy
costosos".
El Santo Padre se refiere más
adelante a las problemáticas energéticas. "El acaparamiento de los
recursos" por parte de Estados y grupos de poder, denuncia, constituyen
"un grave impedimento para el desarrollo de los países pobres". (...)
"Las sociedades tecnológicamente avanzadas -añade- pueden y deben
disminuir la propia necesidad energética", mientras debe "avanzar la
investigación sobre energías alternativas".
"La colaboración de la
familia humana" es el corazón del quinto
capítulo, en el que Benedicto XVI pone de relieve que "el desarrollo
de los pueblos depende sobre todo del reconocimiento de ser una sola
familia". De ahí que, se lee, la religión cristiana puede contribuir al
desarrollo "solo si Dios encuentra un puesto también en la esfera
pública".
El Papa hace referencia al
principio de subsidiaridad, que ofrece una ayuda a la persona "a través de
la autonomía de los cuerpos intermedios". La subsidiariedad, explica,
"es el antídoto más eficaz contra toda forma de asistencialismo
paternalista" y es más adecuada para humanizar la globalización".
Asimismo, Benedicto XVI exhorta a
los Estados ricos a "destinar mayores cuotas" del Producto Interno
Bruto para el desarrollo, respetando los compromisos adquiridos. Y augura un
mayor acceso a la educación y, aún más, a la "formación completa de la
persona" afirmando que, cediendo al relativismo, se convierte en más
pobre. Un ejemplo, escribe, es el del fenómeno perverso del turismo sexual.
"Es doloroso constatar -observa- que se desarrolla con frecuencia con el
aval de los gobiernos locales".
El Papa afronta a continuación al
fenómeno "histórico" de las migraciones. "Todo emigrante,
afirma, "es una persona humana" que "posee derechos que deben
ser respetados por todos y en toda situación".
El último párrafo del capítulo lo
dedica el Pontífice "a la urgencia de la reforma" de la ONU y
"de la arquitectura económica y financiera internacional". Urge
"la presencia de una verdadera Autoridad política mundial" (...) que
goce de "poder efectivo".
El sexto y último capítulo está centrado en el tema del
"Desarrollo de los pueblos y la técnica". El Papa pone en guardia
ante la "pretensión prometeica" según la cual "la humanidad cree
poderse recrear valiéndose de los ´prodigios´ de la tecnología". La
técnica, subraya, no puede tener una "libertad absoluta".
El campo primario "de la
lucha cultural entre el absolutismo de la tecnicidad y la responsabilidad moral
del hombre es hoy el de la bioética", explica el Papa, y añade: "La
razón sin la fe está destinada a perderse en la ilusión de la propia
omnipotencia". La cuestión social se convierte en "cuestión
antropológica". La investigación con embriones, la clonación, lamenta el
Pontífice, "son promovidas por la cultura actual", que "cree
haber desvelado todo misterio". El Papa teme "una sistemática
planificación eugenésica de los nacimientos".
En la Conclusión de la Encíclica,
el Papa subraya que el desarrollo "tiene necesidad de cristianos con los
brazos elevados hacia Dios en gesto de oración", de "amor y de
perdón, de renuncia a sí mismos, de acogida al prójimo, de justicia y de
paz".