lunes, 16 de mayo de 2016

Hechos socio-culturales de las narraciones del Antiguo Testamento


En este video se podrá encontrar algunos aspectos sociales, culturales, políticos y religiosos de las narraciones bíblicas del pueblo de Israel, que podrán ser útiles como introducción a la revisión de la moral social en el Antiguo Testamento.

Actividad:
Observa el video y escribe en el cuaderno las principales ideas o los interrogantes que te surjan.

viernes, 4 de marzo de 2016

Encuesta


Significado de la clase de religión para los adolescentes de undécimo grado en algunos colegios católicos de Colombia: creencias, mundo postmoderno, pluralidad cultural y religiosa”. 

Haz Click en el link para realizar la encuesta:

http://bit.ly/encuestareligion






domingo, 30 de agosto de 2015

EL MENSAJE MORAL DEL NUEVO TESTAMENTO


CARACTERÍSTICAS DEL MENSAJE MORAL PREDICADO POR JESÚS

Se suponen en este tema dos principios:
1. Que no podemos reducir la fe cristiana a un programa ético, puesto que el cristianismo contiene también un programa moral, el cual, a su vez, no es posible separarlo de las verdades que se han de creer.
2. Se ha de tener a la vista que el programa moral cristiano no es reducible a un sistema filosófico, sino que es un mensaje moral revelado por Dios, cuyo cumplimiento esta condicionado a que el hombre recurra a su auxilio, pues algunas de sus exigencias superan las fuerzas naturales.

La ética cristiana no es un simple código de conducta, sino que la primera referencia es la persona misma de Jesús: su vida es el paradigma de la conducta moral de todo hombre, especialmente para los bautizados.

Del mensaje moral cristiano cabe señalar, entre otras cosas, las diez siguientes características:

1.     Lo decisivo no es el actuar sino el ser

Este enunciado es aparentemente paradójico, dado que la ética es una “ciencia práctica”.  Pero en él se quiere subrayar que en el cristianismo – como en ningún otro sistema moral- la concepción del hombre es el elemento primero; o sea, que la antropología sobrenatural es el presupuesto que fundamenta el mensaje moral del Nuevo Testamento.  En esto se da un riguroso ajuste, es decir, la íntima relación que existe entre antropología y moral.  El cristiano encuentra las exigencias del comportamiento moral en su mismo ser: se trata de “actuar” conforme a lo que realmente “es”.  En este sentido, la vida moral consiste en traducir las exigencias de la nueva vida comunicada por el bautismo al campo de la existencia diaria.

Esta primera afirmación anula la objeción de que la moral cristiana es una “moral heterónoma”, pues, precisamente porque “es cristiano debe actuar como cristiano”.  Esto no es heteronimia, sino autenticidad y fidelidad al propio ser.

En esta característica se fundamenta el principio de la “unidad de vida”, que demanda no separar ningún aspecto de la existencia: la totalidad de las actividades cotidianas deben llevarse a cabo como cumplimiento del querer de Dios y como un servicio a los demás hombres.  De este modo, la vida entera del cristiano se integra en las exigencias ascéticas y morales.


2.     Lo más importante no es el exterior, sino lo interior

     Esta “característica” está íntimamente relacionada con la anterior y deriva de ella.  En efecto, si el bautizado ha experimentado una profunda transformación interior, hasta el punto de ser una “nueva criatura” (Gal 6, 26; Rom 7, 6; 2 Cor 5,17) y “un hombre nuevo” (Ef. 4, 23-24), en lógica consecuencia los imperativos morales proceden del interior mismo hombre.

En este sentido expresa Jesús al afirmar que “no es lo que entra del exterior lo que mancha al hombre”, sino lo que “sale del interior”.  El Señor añade que “del corazón provienen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los robos, los falsos testimonios, las blasfemias” (Mt 15, 10-20; Mc 7, 1-23), es decir, el mal, pero también en el interior de la persona se puede fomentar el bien.
    
Esa característica está confirmada por la psicología, que, mantiene el principio de la “motricidad de las imágenes”, explica como el conjunto del mundo interior, reflejado en imágenes, tiende a realizarse.  Asimismo, justifica el hecho de que la moral católica demande como falta grave los pecados internos, o sea los pensamientos y deseos consentidos que quebrantan los mandamientos de Dios e inclinan a la persona al mal.  Finalmente, este principio indica que no es posible llevar una vida moral, si el hombre no cuida su propio interior.  Y, al contrario, la grandeza ética de la persona se fragua en la pureza moral de sus pensamientos, tendencias y deseos.

3. La moral cristiana es una moral de actitudes

Esta característica no indica que los actos singulares se contrapongan a las actitudes, como es estas constituyen la moralidad y no las acciones puntuales.  Esto seria un error, dado que la moral contempla siempre la eticidad de las acciones singulares pues, como escribe Tomas de Aquino,  “la moral es de lo singular” (Sum. Teol: Introd. a la III).

Por el contrario, esta característica es una lógica deducción de las dos anteriores.  Con ella se expresa que, la educación no cuida solo cada uno de los actos del individuo, sino que ha de crear hábitos de conducta, y esto, a su vez, se facilita en la medida en que se atiende a las actitudes radicales de la persona.  Pues, de modo semejante, cuidar las actitudes básicas es situarse a un alto nivel de la moralidad.  “Las bienaventuranzas se refieren a actitudes y disposiciones básicas de la existencia” (VS, 16).

De aquí que las grandes exigencias de la moral cristiana que asume las actitudes mas profundas de su ser.  Asimismo explica la profundidad que entraña la verdadera “conversión”, así como la radicalidad de la “respuesta” con la que el cristiano ha de responder a la “llamada de Dios”.


4. La moral neotestamentaria no es prioritariamente una “moral negativa” sino “positiva”

Esta cuarta característica incluye las tres anteriores y deriva directamente de la primera.  En efecto, si el actuar del cristiano depende de la riqueza que entraña su ser sobrenatural, es decir el “hombre nuevo” por consecuencia, actuar en cristiano será llevar a cabo las virtualidades (Fe, Esperanza y Caridad) que entraña su “nueva vida en Cristo” (Rom 6, 4-15).

Pero tenemos una limitante, no es que el cristiano no este obligado a evitar el pecado, pues también el creyente está sometido a la tentación del mal (concupiscencia).  Pero, junto con “evitar el mal”, ha de estar preocupado por “llevar a cabo el bien”.  En este sentido, la moral cristiana no es tanto una moral “negativa del evitar”, sino más bien una moral “activa del actuar” no es importante caer, sino levantarte.

Esa característica justifica también el hecho -no fácil de entender por todos- de que en la lista de las culpas morales caben también los llamados “pecados de omisión” a este respecto, es ilustrativo el capítulo 25 del Evangelio de San Mateo, todo el dedicado a la conducta de los pecados de omisión.


5. La moral cristiana no se mide por la ley “de lo justo”, sino de “la perfeccion”

     Esta quinta característica incluye el contenido de las cuatro anteriores y, al mismo tiempo las resume.  En efecto, si la conducta cristiana del ser humano deriva de la vida sobrenatural comunicada en el bautismo, que incluye la interioridad y las actitudes más profundas del ser humano y por ello está obligado a hacer el bien, la altura moral a la que debe tender la existencia cristiana no se mida por la exigencia de una “moral de mínimos”, sino que demanda la perfección.  Todos los cristianos están llamados a la santidad.

Desde el primer escrito del Nuevo Testamento se recuerda a los creyentes la santidad a la que están llamados:  “Esta es la voluntad de Dios, vuestra santificación” (1 Tes. 4, 3), y Jesús se remonta hasta la santidad de Dios:  “Sed perfectos como mi Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48).  Los textos bíblicos pueden multiplicarse.  La moral cristiana no es, en consecuencia, tanto la “moral del pecado”; cuanto la “moral de la virtud”.


6. Jesús no absolutiza los preceptos, pero la ética cristiana contiene preceptos absolutos

Esta característica subraya que el cristianismo no es una moral de normas”, al modo como era la moral de los fariseos, tan fustigada por Jesús (Mt 12, 1-8; 15, 1-9), etcétera.  Pero al mismo tiempo, los Evangelios relatan que Jesús cumplió no pocas leyes, y el mismo Nuevo Testamento menciona normas que el cristiano está obligado a cumplir.

Sin embargo, las normas no ocupan el primer lugar, ni su fin es ahogar la autonomía de la conciencia. Al contrario, la ley indica a la conciencia donde están los verdaderos valores.  Por ello, debe estar abierta a las leyes que le indican lo que ha de hacer y que debe evitar.  Asimismo debe estar atenta a los preceptos que le advierten que existen actos que son malos por si mismos, ante los cuales no puede claudicar.


7. La moral predicada por Jesús es una moral de premio y castigo

Es evidente que las categorías premio-salvación, castigo-condenación están en baja en amplios campos de la cultura actual, desde la escuela a la familia.  Ello repercute en la moral cristiana.  Incluso algunos de los que apuestan por los valores éticos del cristianismo dudan e incluso niegan que las malas conductas sean castigadas por Dios, máxime si se trata del castigo eterno, es decir, el infierno.  Sin embargo, la pregunta del joven rico: “¿Qué he de hacer para conseguir la vida eterna?” (Mt 19,16), plantea con rigor que la “salvación” encierra el sentido último del actuar ético=moral.

Y sin embargo, por exigencias de rigor intelectual, no cabe entender las enseñanzas éticas de Jesucristo y prescindir del premio o castigo con que Jesús retribuye la buena o la mala conducta de los hombres.  Cabe señalar la verdad mas a veces enunciada en el mensaje moral del Nuevo Testamento es la existencia de un “castigo eterno” para quienes no obran correctamente.  Salvación y condenación, si bien no tienen el mismo acento en la predicación de Jesucristo. Él es el Salvador y viene a salvar a los pecadores, sin embargo, aunque se sitúan en distinto plano, los presenta como alternativa.  Finalmente, negar que la conducta humana merece “premio” o “castigo”, no solo se opone a la fe, sino que es carecer de un mínimo de rigor intelectual en la lectura e interpretación del Nuevo Testamento.

8. La moral cristiana es una moral para la libertad

La conquista y la afirmación de la libertad es fruto del cristianismo.  El pensamiento pagano se movía entre la fatalidad, el hado y el destino.  Pero el “fatum” greco-romano cedió ante el hecho de la Revelación acerca de la voluntad de Dios que respeta el ser propio del hombre, que es, por definición, un ser libre.  Más aún, en la medida en que el cristiano vive la nueva vida del espíritu, alcanza cotas más altas de libertad, dado que “El Señor es espíritu y allí donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad” (2 Cor 3,17).

La moral cristiana está asentada sobre la afirmación de la libertad humana: porque el hombre es libre, es responsable de sus actos: “Para que gocemos de la libertad, Cristo nos ha hecho libre; manteneos, pues, firmes y no os dejéis sujetar el yugo de la servidumbre” (Gal 5,1).  Mas aun el Nuevo Testamento invita al hombre a que viva su libertad: <<Vosotros, hermanos, habéis sido llamados a la libertad” (Gal 5,15). Pero San Pablo reprocha a los gálatas el mal uso que hacen de su condición de hombres libres: “Tenéis la libertad por pretexto para servir a la carne” (Gal 5,13).

La filosofía enseña que la libertad no consiste en el “poder físico”, sino en el “deber moral”.  De aquí que la libertad se ventila, de hecho, en la conducta ética, pero la verdadera libertad se cumple solo en la medida en que el hombre realiza en bien.  Ya los clásicos afirman que “hacer el mal no era la libertad, ni siquiera una parte de la libertad, sino tan solo signo de que el hombre era libre”.  En efecto, la verdadera libertad consiste en esa capacidad que tiene el hombre de “poder hacer el mal” y, sin embargo, “decide optar por el bien”.  Por eso el pecado no libera, sino que esclaviza, pues quien lo comete “es un esclavo” (Jn 8,34).  Por el contrario, la práctica del bien conduce a la verdadera libertad.

9. Dimensión escatológica de la moral cristiana

     Prescindimos de las cuestiones que suscito la teología protestante acerca de la “provisionalidad” de la moral cristiana en relación con el sentido escatológico de la historia humana.

Lo que se deduce de la moral del Nuevo Testamento es que la conducta de cada hombre, durante el estado terrestre, esta sometida al cumplimiento de los “preceptos del Señor” (2 Ped 3,2).  Asimismo, consta que Jesús, en la segunda venida, levantara acta de la existencia individual de cada uno y le retribuirá según el bien y el mal que haya hecho (Mt 25).

 Al mismo tiempo se planteó la cuestión de que, en espera del estado final de la historia, el creyente no debe desentenderse del empeño por hacer una sociedad más justa.  Más aún, el compromiso cristiano por la justicia es una consecuencia de la condición escatológica de la historia humana.  Pablo reprueba a los tesalonicenses el que hayan dejado de trabajar ante la falsa creencia de la proximidad del final de la historia y les anima a que lleven “una vida laboriosa en vuestros negocios y trabajando” (1 Tes 4,11; 2 Tes 3,12).
    
Los exegetas convienen en que la vida moral se debe realizar en este mundo, aunque sin olvidar el carácter escatológico de la historia.  Y el Concilio Vaticano II recuerda a los cristianos esta misma actitud:

“Se nos advierte que de nada sirve ganar todo el mundo si se pierde a si mismo.  No obstante, la esperanza de una nueva tierra no debe amortiguar, sino mas ben avivar la preocupación de perfeccionar esta tierra, donde crece el cuerpo de la nueva familia humana, el cual puede de alguna manera anticipar un vislumbre del siglo futuro… el reino esta ya misteriosamente presente en nuestra tierra: cuando venga el Señor, se consumara su perfección”.


     De ese modo, la moral cristiana une el presente y el futuro, uno y otro se condicionan mutuamente.


10. La moral cristiana es una moral de la gracia y del amor

Esta última característica reasume las anteriores. Con ello se destaca su profunda unidad.   En ella se quiere expresar que la moral cristiana tiene por objeto a Dios, que es donde, en último término, confluye la vida y la predicación de Jesucristo.  Al mismo tiempo, la consideración de Dios como Padre constituye el centro de la revelación de Jesús.  Por ello, en la moral cristiana ocupa un lugar central la virtud de la caridad, y en el “amor a Dios y al prójimo” se resume el quehacer moral (Mt 22,40).

Finalmente, la moral cristiana es la moral de la gracia no solo porque, sin la ayuda de Dios es imposible llevarla a cabo, sino también porque, como se ha dicho, es el desarrollo de la vida de la gracia comunicada al creyente en el bautismo.  La moral cristiana consiste en el desarrollo de la nueva vida en Cristo.

“A partir del día en que Cristo trajo a los hombres “el don de Dios” (Jn 4, 10; Ef. 2, 8-9; Heb 10, 29), la moral ya no será obediencia a los preceptos, sino el correcto e integro despliegue de una vida.  Esta se articula, en efecto, sobre una ontología: una “nueva criatura” (2 Cor 5, 17;  Hech 2, 10), un “hombre nuevo”, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad (Ef 4,24), un hombre interior cuya ley de crecimiento consistirá en renovarse de día en día (2 Cor 4,16;  Col 3, 10;  Rom 12, 2): ¡Llegar a ser plenamente lo que es!”.

A esta altura de eticidad se remonta la vocación del cristiano; por ello, la altura de la moral cristiana se cumple en esta expresión de San Pablo: “No soy yo, sino que es Cristo quien vive en mi” (Gal 2,20).

TALLER:
1.     Responde de acuerdo a la lectura:
a.     ¿Cuál es la concepción de hombre en el sistema moral del nuevo testamento?
b.     ¿Por qué se puede afirmar que la moral del cristiano es una moral heterónoma?
c.     ¿Por qué no es posible llevar una vida moral, si el hombre no cuida su propio interior?
d.     ¿Por qué se define la moral cristiana como una moral “activa del actuar”?
e.     ¿Qué es la concupiscencia?
f.      ¿Cuál es la diferencia entre la moral de normas y la moral cristiana?
g.     ¿Por qué se puede definir la moral cristiana como una moral de la virtud?
h.     Argumenta ¿Por qué la moral cristiana está asentada sobre la afirmación de la libertad humana: “el hombre es libre, el hombre es responsable”
i.      ¿Cómo se explica la unión entre moral y escatología?
j.      ¿Cuáles es la idea principal para afirmar que la moral cristiana es una moral de la gracia?

2.     Realiza un esquema o mapa conceptual sintetizando la lectura.



miércoles, 3 de junio de 2015

SAN FRANCISCO DE ASÍS G.K CHESTERTON

Gilbert Keith Chesterton (1874-1936), poeta, novelista, dramaturgo, periodista y crítico, es considerado uno de los escritores ingleses más populares, multifacéticos y prolíficos de su época. El acontecimiento más importante de su vida fue sin duda su ingreso a la Iglesia Católica, ocurrido en 1922, madurando a través de largos años de reflexiones y vacilaciones. En las primeras páginas de su San Francisco de Asís, Chesterton resume sus esperanzas al escribir este libro.

La biografía de San Francisco de Asís es, sin duda, uno de los mejores relatos breves escritos por G. K. Chesterton, hasta el punto de ser considerada como una obra de referencia sobre este tema. El ritmo trepidante y las singulares anécdotas que salpican el relato, ponen de manifiesto la extraordinaria compenetración del autor con su biografiado. Surgen así, aspectos novedosos, en muchos casos desconocidos incluso para los especialistas, que magnifican la asombrosa y atractiva personalidad del santo.
La obra de Gilbert Keith Chesterton abarcó varios géneros literarios, entre ellos la biografía. A mitad de su vida decidió convertirse al catolicismo, hecho que causó gran conmoción pues no hay que olvidar que estamos hablando de un ciudadano inglés. Al abrazar esta nueva doctrina (que defendió como pocos) sus escritos empezaron a reflejar su ideología religiosa, y fruto de ello son por ejemplo los relatos del Padre Brown y las biografías de San Francisco y Santo Tomás de Aquino.
En San Francisco de Asís la impresionante vida del santo aparece observada desde la mirada siempre aguda de Chesterton y matizada por relatos anecdóticos, consiguiendo así un libro ameno a la vez que una biografía fiel y hasta reveladora, al punto que se convirtió en obra de referencia para muchos especialistas en la vida de San Francisco.
San Francisco de Asís se publicó en 1923, y la crítica le hizo justicia cuando señaló que, en la pluma de Chesterton, la vida de un santo podía ser tan atractiva como cualquier novela romántica.

Los santos son ante todo hombres; la santidad, que es del orden sobrenatural, se apoya en el orden natural. El hombre es el único ser de la creación que puede ser santo, pero no hay dos santos iguales porque cada uno singulariza su santidad según los dones recibidos. A pesar de estar tan cercanos entre sí en el tiempo, santos como Domingo de Guzmán, Tomás de Aquino, Luis rey de Francia y Francisco de Asís, son muy distintos en su santidad.
Los santos viven en la eternidad y en el tiempo, participan de Dios y de la historia, pero la intemporalidad de San Francisco es más evidente porque su lenguaje, que es el del amor y del corazón, llega a lo más profundo del ser humano. La santidad es la plenitud en el amor, pero en la unión con el Amor hay moradas y creemos que el hombre Francisco llegó a la más cercana.
Su figura en el siglo XX adquiere contornos y dimensiones similares a las que tuvo hace 800 años por­que el siglo que termina está sediento de amor. Ha be­bido el agua en fuentes envenenada y necesita fuentes puras. Se nos ocurre que el Amor lo ha elegido nuevamente para acercarnos el mensaje de su Hijo, el Verbo Encarnado, nos intrigó hace 20 siglos. Las palabras del mensaje son sencillas: "Amaos los unos a los otros como yo os he amado", "Si amáis sólo a los que os aman, ¿qué tiene de particular, no lo hacen también los gentiles?. Amad a los que no os aman". "Dad di beber al sediento", "Lo que hiciereis con el más pe­queño de vosotros conmigo lo estáis haciendo" y "El que quiere ir en pos de mí que tome su cruz y mi siga". Palabras extrañas al hombre moderno pero palabras de unión y di gozo que debemos empezar a balbucear y practicar como si fuéramos niños recién nacidos.


Populorum Progressio



Carta Encíclica Sollicitudo Rei Socialis

DEL PAPA JUAN PABLO II AL CUMPLIRSE EL VIGESIMO ANNIVERSARIO DE LA POPULOROM PROGRESSIO (30 de diciembre de 1987)

Sollicitudo rei socialis nos muestra un panorama más sombrío de la situación y de las expectativas socioeconómicas mundiales. Se agravan las diferencias entre el norte desarrollado y el sur hundido en la pobreza. La política de bloques, Este-Oeste, se muestra contraproducente para la solidaridad internacional. Prospera el armamentismo, la producción del negocio de armas, figurando a menudo como clientes de excepción, países hundidos económicamente en la miseria.

Incrementa su ciudadanía el cuarto mundo, el de los pobres. Se niega “el derecho de iniciativa económica sobrentendemos en los países del Este. Aparecen nuevas formas de pobreza, se niega el derecho a la libertad religiosa, el derecho a participar en la construcción de una sociedad, la libertad de asociación, o de formar sindicatos, o de tomar iniciativas en materia económica” (n· 15).

El fenómeno de la urbanización hace más agudo el problema de la vivienda. Aumenta globalmente el desempleo y el termino nuevo “subdesempleo”(N·18). Se agrava el problema de la deuda internacional. Siguen necesitando de profundas reformas y evoluciones tanto el capitalismo liberal como el colectivismo marxistas asistimos el empeoramiento, en magnitud y calidad, del problema de los refugiados, el crecimiento demográfico acelerado del tercer mundo y cuarto mundo hace más difíciles las soluciones. Se degrada la naturaleza. Asistimos al escándalo del contraste entre la pobreza y miseria de las grandes mayorías, por un lado, y el “superdesarrollo”(N·28) y la adoración a la sociedad de consumo, por otro. Crecen los porcentajes de analfabetos y el hambre en el mundo.

Los pueblos y los individuos aspiran a su liberación, la búsqueda del pleno desarrollo es el signo de su deseo de superar los múltiples obstáculos que les impiden gozar de una vida más humana siendo pues la mayor importancia en la encíclica ayudar a los diferentes pueblos del mundo que no han sido capacitados para salir adelante y con estas encíclicas se le piden a los países más fuertes para ayudar a los más débiles.

Por tanto, no se justifican ni la desesperación, ni el pesimismo, ni la pasividad. Aunque con tristeza, conviene decir que, así como se puede pecar por egoísmo, por afán de ganancia exagerada y de poder, se puede faltar también ante las urgentes necesidades de unas muchedumbres hundidas en el subdesarrollo por temor, indecisión y, en el fondo, por cobardía.

Todos estamos llamados, más aún obligados, a afrontar este tremendo desafío de la última década del segundo milenio. Y ello, porque unos peligros ineludibles nos amenazan a todos: una crisis económica mundial, una guerra sin fronteras, sin vencedores ni vencidos. Ante semejante amenaza, la distinción entre personas y Países ricos, entre personas y Países pobres, contará poco, salvo por la mayor responsabilidad de los que tienen más y pueden más.

El papa también detecta algunos signos positivos del momento presente: la plena conciencia de la propia dignidad y la de cada ser humano en muchísimos hombres y mujeres; la preocupación por el respeto de los derechos humanos y el más decidido rechazo de sus violaciones; la convicción de una radical interdependencia y por consiguiente, de una solidaridad que la asuma y traduzca en el plano moral; el respeto por la vida.

Respecto del humanismo del desarrollo, tras criticar peyorativamente denominada sociedad del consumo de consumo, distingue entre el “tener” y el “ser” para subrayar que lo primero debe estar subordinado a lo segundo. Tener objetos y bienes no perfecciona de por si al sujeto si no contribuye al enriquecimiento de su ser”, es decir a la realización de la vocación humana como tal”(N·28).

Cree el papa que hay una comunicación intrínseca entre el desarrollo autentico y el respeto de los derechos del hombre. Es por eso que la última parte de la encíclica está dedicada a algunas orientaciones más concretas haciendo hincapié en la naturaleza propia de la doctrina social de la Iglesia que no se presenta como una ideología más sino como un conjunto de principios que aplican la teología moral al contexto sociopolítico-económico y así dar orientaciones a quienes puedan actuar a partir de esos principios. Tales principios son el destino universal de los bienes, el ya recordado de solidaridad y el principio de subsidiariedad .El Papa hace una invitación a las naciones a revisar, reformar y establecer formas de cooperación.


En la conclusión, Juan Pablo II hace un llamado a todos los cristianos y hombres de buena voluntad a trabajar con estos objetivos.

Caritas in Veritate

La primera encíclica social de Benedicto XVI lleva por título Caritas in veritate (CIV). Fue publicada el 29 de junio de 2009. Su temática general es la siguiente: “El desarrollo humano integral en la caridad y en la verdad”. Consta de una introducción, seis capítulos y una conclusión. Recuerda, sintetiza y amplía la temática del desarrollo de la persona y de los pueblos expuesta por Pablo VI en la Populorum progressio (1967) y por Juan Pablo II en la Sollicitudo rei socialis (1987). Dedica amplios espacios al tema de la globalización y de la técnica. Posee una gran carga antropológica y teológica. Y su contenido profundamente humanista parece haber sorprendido en todo el mundo por su carácter radical y exigente. Destacan en dicha encíclica su equilibrio, realismo y optimismo exento de ingenuidad. Benedicto XVI pone el dedo en varias llagas, desde la falta de ética como causa de la crisis financiera a la ineficacia de las instituciones burocráticas para solucionar el problema del subdesarrollo, o desde la corrupción de muchos gobiernos de países pobres hasta las numerosas neurosis que caracterizan las sociedades opulentas.
Una vez más, la autoridad moral y el rigor intelectual de Benedicto XVI se ponen de manifiesto en la encíclica Caritas in veritate, cuya repercusión universal es fiel reflejo del liderazgo espiritual que ejerce el Papa Ratzinger. El documento aborda con valentía las causas y las consecuencias de la crisis global desde la óptica de la ética cristiana. La persona humana es centro y eje de este mensaje social en el marco de una conjunción entre la fe y la razón que forma parte de las señas de identidad del pontificado actual.
"En la Introducción -explica la síntesis- el Papa recuerda que la caridad es "la vía maestra de la doctrina social de la Iglesia". Por otra parte, dado el "riesgo de ser mal entendida o excluida de la ética vivida" advierte de que "un cristianismo de caridad sin verdad se puede confundir fácilmente con una reserva de buenos sentimientos, provechosos para la convivencia social, pero marginales".
"El desarrollo (...) necesita esta verdad", escribe Benedicto XVI y analiza "dos criterios orientadores de la acción moral: la justicia y el bien común. (...) Todo cristiano está llamado a esta caridad, según su vocación y sus posibilidades de incidir en la polis. Èsta es la vía institucional del vivir social".
El primer capítulo está dedicado al "Mensaje de la "Populorum progressio" de Pablo VI que "reafirmó la importancia imprescindible del Evangelio para la construcción de la sociedad según libertad y justicia". "La fe cristiana -escribe Benedicto XVI- se ocupa del desarrollo no apoyándose en privilegios o posiciones de poder (...) sino solo en Cristo". El pontífice evidencia que "las causas del subdesarrollo no son principalmente de orden material". Están ante todo en la voluntad, el pensamiento y todavía más "en la falta de fraternidad entre los hombres y los pueblos".
"El desarrollo humano en nuestro tiempo" es el tema del segundo capítulo. "El objetivo exclusivo del beneficio, cuando es obtenido mal y sin el bien común como fin último -reitera el Papa- corre el riesgo de destruir riqueza y crear pobreza" Y enumera algunas distorsiones del desarrollo: una actividad financiera "en buena parte especulativa", los flujos migratorios "frecuentemente provocados y después no gestionados adecuadamente o la explotación sin reglas de los recursos de la tierra". Frente a esos problemas ligados entre sí, el Papa invoca "una nueva síntesis humanista", constatando después que "el cuadro del desarrollo se despliega en múltiples ámbitos: (...) crece la riqueza mundial en términos absolutos, pero aumentan también las desigualdades (...) y nacen nuevas pobrezas".
"En el plano cultural -prosigue- (...) las posibilidades de interacción" han dado lugar a "nuevas perspectivas de diálogo", (...) pero hay un doble riesgo". En primer lugar "un eclecticismo cultural" donde las culturas se consideran "sustancialmente equivalentes". El peligro opuesto es el de "rebajar la cultura y homologar los (...) estilos de vida". Benedicto XVI recuerda "el escándalo del hambre" y auspicia "una ecuánime reforma agraria en los países en desarrollo".
Asimismo, el pontífice evidencia que el respeto por la vida "en modo alguno puede separarse de las cuestiones relacionadas con el desarrollo de los pueblos" y afirma que "cuando una sociedad se encamina hacia la negación y la supresión de la vida acaba por no encontrar la motivación y la energía necesarias para esforzarse en el servicio del verdadero bien del hombre".
Otro aspecto ligado al desarrollo es el "derecho a la libertad religiosa. La violencia - escribe el Papa-, frena el desarrollo auténtico" y esto "ocurre especialmente con el terrorismo de inspiración fundamentalista".
"Fraternidad, desarrollo económico y sociedad civil" es el tema del tercer capítulo, que se abre con un elogio de la experiencia del don, no reconocida a menudo, "debido a una visión de la existencia que antepone a todo la productividad y la utilidad. (...) El desarrollo, (...) si quiere ser auténticamente humano, necesita en cambio dar espacio al principio de gratuidad", y por cuanto se refiere al mercado la lógica mercantil, ésta debe estar "ordenada a la consecución del bien común, que es responsabilidad sobre todo de la comunidad política".
Retomando la encíclica "Centesimus annus" indica "la necesidad de un sistema basado en tres instancias: el mercado, el Estado y la sociedad civil" y espera en "una civilización de la economía". Hacen falta "formas de economía solidaria" y "tanto el mercado como la política tienen necesidad de personas abiertas al don recíproco".
El capítulo se cierra con una nueva valoración del fenómeno de la globalización, que no se debe entender solo como "un proceso socio-económico". (...) La globalización necesita "una orientación cultural personalista y comunitaria abierta a la trascendencia (...) y capaz de corregir sus disfunciones".
En el cuarto capítulo, la Encíclica trata el tema del "Desarrollo de los pueblos, derechos y deberes, ambiente". "Gobierno y organismos internacionales -se lee- no pueden olvidar "la objetividad y la indisponibilidad" de los derechos. A este respecto, se detiene en las "problemáticas relacionadas con el crecimiento demográfico".
Reafirma que la sexualidad no se puede "reducir a un mero hecho hedonístico y lúdico". Los Estados, escribe, "están llamados a realizar políticas que promuevan la centralidad de la familia".
"La economía -afirma una vez más- tiene necesidad de la ética para su correcto funcionamiento; no de cualquier ética sino de una ética amiga de la persona". La misma centralidad de la persona, escribe, debe ser el principio guía "en las intervenciones para el desarrollo" de la cooperación internacional. (...) Los organismos internacionales -exhorta el Papa- deberían interrogarse sobre la real eficacia de sus aparatos burocráticos", "con frecuencia muy costosos".
El Santo Padre se refiere más adelante a las problemáticas energéticas. "El acaparamiento de los recursos" por parte de Estados y grupos de poder, denuncia, constituyen "un grave impedimento para el desarrollo de los países pobres". (...) "Las sociedades tecnológicamente avanzadas -añade- pueden y deben disminuir la propia necesidad energética", mientras debe "avanzar la investigación sobre energías alternativas".
"La colaboración de la familia humana" es el corazón del quinto capítulo, en el que Benedicto XVI pone de relieve que "el desarrollo de los pueblos depende sobre todo del reconocimiento de ser una sola familia". De ahí que, se lee, la religión cristiana puede contribuir al desarrollo "solo si Dios encuentra un puesto también en la esfera pública".
El Papa hace referencia al principio de subsidiaridad, que ofrece una ayuda a la persona "a través de la autonomía de los cuerpos intermedios". La subsidiariedad, explica, "es el antídoto más eficaz contra toda forma de asistencialismo paternalista" y es más adecuada para humanizar la globalización".
Asimismo, Benedicto XVI exhorta a los Estados ricos a "destinar mayores cuotas" del Producto Interno Bruto para el desarrollo, respetando los compromisos adquiridos. Y augura un mayor acceso a la educación y, aún más, a la "formación completa de la persona" afirmando que, cediendo al relativismo, se convierte en más pobre. Un ejemplo, escribe, es el del fenómeno perverso del turismo sexual. "Es doloroso constatar -observa- que se desarrolla con frecuencia con el aval de los gobiernos locales".
El Papa afronta a continuación al fenómeno "histórico" de las migraciones. "Todo emigrante, afirma, "es una persona humana" que "posee derechos que deben ser respetados por todos y en toda situación".
El último párrafo del capítulo lo dedica el Pontífice "a la urgencia de la reforma" de la ONU y "de la arquitectura económica y financiera internacional". Urge "la presencia de una verdadera Autoridad política mundial" (...) que goce de "poder efectivo".
El sexto y último capítulo está centrado en el tema del "Desarrollo de los pueblos y la técnica". El Papa pone en guardia ante la "pretensión prometeica" según la cual "la humanidad cree poderse recrear valiéndose de los ´prodigios´ de la tecnología". La técnica, subraya, no puede tener una "libertad absoluta".
El campo primario "de la lucha cultural entre el absolutismo de la tecnicidad y la responsabilidad moral del hombre es hoy el de la bioética", explica el Papa, y añade: "La razón sin la fe está destinada a perderse en la ilusión de la propia omnipotencia". La cuestión social se convierte en "cuestión antropológica". La investigación con embriones, la clonación, lamenta el Pontífice, "son promovidas por la cultura actual", que "cree haber desvelado todo misterio". El Papa teme "una sistemática planificación eugenésica de los nacimientos".

En la Conclusión de la Encíclica, el Papa subraya que el desarrollo "tiene necesidad de cristianos con los brazos elevados hacia Dios en gesto de oración", de "amor y de perdón, de renuncia a sí mismos, de acogida al prójimo, de justicia y de paz".